TRABAJO INICIÁTICO
COLECTIVO Y «PRESENCIA» ESPIRITUAL
Hay formas iniciáticas en las cuales, por su constitución misma, el
trabajo colectivo tiene un lugar en cierto modo preponderante. Con
esto no queremos decir que pueda substituir nunca al trabajo personal
y puramente interior de cada uno o dispensar de él de una manera
cualquiera. El caso del que se trata es concretamente el de las
iniciaciones que subsisten actualmente en occidente; y sin duda,
generalmente, en todas las iniciaciones de oficios como
la Masonería. A esto
se refiere, por ejemplo, un hecho tal como el de una «comunicación»
que no puede ser efectuada sino por el concurso de tres personas, de
tal suerte que ninguna de ellas posee ella sola el poder necesario a
este efecto. En el mismo orden de ideas, podemos citar igualmente la
condición de la presencia de un cierto número mínimo de asistentes,
siete por ejemplo, para que una iniciación pueda tener lugar
válidamente, mientras que hay otras iniciaciones donde la transmisión,
así como eso se encuentra frecuentemente en
la India en
particular, se opera simplemente de un maestro a un discípulo sin el
concurso de nadie más. No hay que decir que una tal diferencia de
modalidades debe entrañar consecuencias igualmente diferentes en todo
el conjunto del Trabajo iniciático ulterior. En el caso donde la
transmisión iniciática es efectuada por una sola persona, ésta asegura
por eso mismo la función del Guru, frente al iniciado.
Ahora bien, cuando hablamos a este respecto de la colectividad, no la
entendemos simplemente como la reunión de los individuos considerados
en su modalidad corporal únicamente o «entidad psíquica» colectiva, a
la cual algunos han dado muy impropiamente el nombre de «egregor». Lo
«colectivo» como tal no podría rebasar de ninguna manera el dominio
individual, puesto que no es en definitiva más que una resultante de
las individualidades componentes, ni por consiguiente ir más allá del
orden psíquico. Todo lo psíquico no puede tener ninguna relación
efectiva y directa con la iniciación, puesto que ésta consiste
esencialmente en la transmisión de una influencia espiritual,
destinada a producir efectos de orden igualmente espiritual, y por
tanto transcendente en relación a la individualidad.
No es en tanto que
individuo humano como el Guru propiamente dicho ejerce su
función, sino en tanto que representa algo supraindividual de lo cual,
en esa función, su individualidad no es en realidad más que el
soporte. Así pues, para que los dos casos sean comparables, es
menester que lo que aquí es asimilable al Guru no sea la
colectividad misma, sino el principio transcendente al cual sirve de
soporte y que es el único que confiere un carácter iniciático
verdadero. Por consiguiente, de lo que se trata es lo que se puede
llamar, en el sentido más estricto de la palabra, una «presencia»
espiritual, que actúa en y por el trabajo colectivo mismo. En la
Kabbala hebraica se dice que, cuando los sabios conversan de los
misterios divinos, la Shekinah está entre ellos. También Cristo
dice: «Cuando dos o tres estén reunidos en mi nombre, yo estaré en
medio de ellos».
Por eso existe claramente una «presencia» espiritual en el caso donde
un tal trabajo tiene lugar, y se podría decir que esa «presencia» se
manifiesta en cierto modo en la intersección de las «líneas de fuerza»
que van de uno a otro de aquellos que participan en él, como si su
«descenso» fuera llamado directamente por la resultante colectiva que
se produce en ese punto determinado y que le proporciona un soporte
apropiado.
Extractado de: René Guenón, Apercepciones sobre
la Iniciación,
capítulo XXIII.
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